miércoles, 6 de septiembre de 2017

Amos Oz: Contra el fanatismo

Resultado de imagen de contra el fanatismoIdioma original: inglés
Título original:The Tubingen Lectures
Año de publicación: 2003 (Conferencias: 2001-2002)
Valoración: Recomendable

Cuando se trata de cuestiones como esta, justo es recordar un aforismo tan obvio como “ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio”. Obvio, siempre que uno no sea el de la viga. Nadie ve su propia viga, de lo contrario la habría extirpado hace tiempo.
La personalidad del escritor y activista israelí, su carácter conciliador y su actividad en pos de la paz (incluso antes de fundar la polémica ONG Paz Ahora en 1978) no le impiden atribuir un poco más de razón a los suyos, como él mismo señala, y por mucho que intente mantenerse equidistante. Este volumen –que ocupa solo unas cien páginas– recoge tres conferencias impartidas en el transcurso de un año en Tubinga (Alemania). En la primera, titulada Sobre la naturaleza del fanatismo, reconoce que este (la viga) puede estar en todas partes. Me preocupa particularmente esto que dice porque es algo que escucho a menudo:
“Se trata de una lucha entre los que piensan que la justicia, se entienda lo que se entienda por dicha palabra, es más importante que la vida, y aquellos que como nosotros, pensamos que la vida tiene prioridad sobre muchos otros valores, convicciones y credos”.
Ese “como nosotros” me resulta más que familiar. Y no es que esté en desacuerdo con lo de dar prioridad a la vida, pero ¿la vida de quién? porque cuando se habla de vida todos pensamos en la nuestra.
Oz reconoce –aquí y en otros escritos suyos, sobre todo en la magnífica autobiografía novelada Una historia de amor y oscuridad– que fue un niño fanático y que si algo caracteriza a los habitantes de Jerusalén es su tendencia a opinar de todo y a no escuchar a nadie. Según dice, ambos factores –su experiencia de “fanático rehabilitado” y el hecho de convivir con la polémica–  ha acabado convirtiéndole en un experto en “fanatismo comparado”. Y es cierto que se anda con mucha cautela a la hora de identificar el problema, reconociendo que, aparte del evidente, existe otro fanatismo más sutil, menos identificable. Y tan pegajoso que, es sorprendentemente fácil contraerlo, incluso cuando se está intentando combatirlo. Es como un virus, y aunque el hecho de inventar historias añade cierta perspectiva y capacidad de sintonizar con el prójimo, nadie, ni el propio escritor está inmunizado por completo.
Estoy de acuerdo. El fanatismo no admite vacunas, la mayoría mostramos un exceso de querencia por lo nuestro, incluso –y esto es fundamental– los que no tratamos de imponerlo por la fuerza. En cualquier caso, exceso de sentimentalismo, falta de imaginación y de sentido del humor (me sorprende que no cite aquí la ignorancia), conformismo y necesidad de pertenencia al grupo son los rasgos que, en su opinión, distinguen a un fanático, pero lo que de verdad le caracteriza es su deseo de cambiar al otro.
En cuanto al conflicto palestino-israelí –asunto en torno al cual giran estas reflexiones y gran parte de su obra– el autor asegura que, contra lo que pueda parecer, no tiene carácter religioso: se trata de un combate feroz por un territorio que ambos consideran suyo. Sorprende la seguridad con que Oz sostiene que existe una solución, teóricamente sencilla, consistente en que nadie pretenda echar a nadie y ambos se avengan a repartir el terreno y a convivir pacíficamente. Una idea que en la primera conferencia solo esboza y desarrollará ampliamente en la segunda. Esto no es nuevo, él  lleva décadas afirmando lo mismo, y si al principio podía parecer una locura, ahora está convencido de que la opinión pública ha ido virando lentamente y el tiempo le acabará dando la razón.
De eso tratará la segunda, cuyo título, Sobre la necesidad de llegar a un compromiso y su naturaleza, la resume perfectamente. Para él este conflicto es más complejo que otros (cita a Vietnam y el apartheid) y se lamenta de la simplificación que suele hacerse en Europa. (Eso ocurre porque él lo ve desde cerca, para los implicados lo que él ve tan simple no lo es en absoluto). Sin embargo, y aunque no pueda ser neutral del todo, hay que reconocer sus intentos:
“… muchos judíos israelíes no se dan cuenta de lo profunda que es la conexión emocional de los palestinos con la tierra. Igual que muchos palestinos no consiguen darse cuenta de lo profunda que es la conexión judía con la misma tierra. Pero para llegar a comprenderlo, ambas naciones tienen que atravesar un doloroso proceso que pasa por prescindir de los sueños, de las ilusiones, de las esperanzas y de los viejos eslóganes del pasado en ambos bandos.”
En resumen, la única solución posible consistiría en repartir el territorio entre ambos estados y tratar de convivir respetándose mutuamente en términos de “buena vecindad”. 
Esta actitud suya se refleja en el tercer título: Sobre el goce de escribir y el compromiso. Un compromiso que no exige el amor –entendido como el sentimiento incondicional que sus padres tenían hacia la Europa de su juventud–. El amor no es necesario, vivir en paz es más que suficiente. Pensando en los hechos históricos anteriores a su nacimiento o en situaciones que ha vivido “en las que el ocupado se convierte en ocupante, el oprimido en opresor”, “la víctima de ayer puede fácilmente convertirse en verdugo” el relativismo es, sin duda, la postura más sensata. También la más peligrosa, pues sirve para crear enemistades en uno y otro bando. Pero no se siente tan incómodo en ese campo intermedio. Su condición de novelista le ha habituado a ponerse en la piel de los personajes más diversos y esto le convierte en un mediador muy adecuado. “¿Por qué no yo?” se pregunta. Para muchos, el compromiso significa traición y deshonestidad, una postura que Amos Oz considera fanatismo y que solo conduce a la muerte. Por el contrario, para él “compromiso es sinónimo de vida”.
Es verdad, ¿por qué no él?

3 comentarios:

Interlunio dijo...

Anónimo, temo por tu intención que, después de leer una reseña sobre una obra que habla de primera mano del conflicto palestino israelí, lo tuyo suene a entretenimiento de "niños gordos". Que no lo creo que sea en sí pero, es recomendable para tu intención que busques un contexto más acorde, o donde tu interes pueda contagiarse.
A mi me ha generado todo lo contrario. Si mi humilde opinión te sirve de algo.

Mantuenga, al igual que vos, tengo muchos respeto por la figura de Oz. Debo decir, sin orgullo ni vergüenza, que lo conozco más por su activismo que por su pluma.
Tu reseña me gustó muchísimo, como casi siempre, y queda apuntada tu recomendación sobre su autobiografía.
Intuyo, por lo que te leo y por la trayectoria de Oz, que las razones que lo llevan a opinar lo que opina estén ligadas al pragmatismo. Cansancio, tal vez. Dolor, seguro. Vergüenza, no lo dudaría. Yo, que sin ser un experto en el tema ni muchísimo menos, tengo una opinión del mismo más cercana a la de Juan Goytisolo, encuentro muy valorable en la figura de Oz el que intente ser objetivo, pragmático. Supongo que en el contexto donde está, en el lugar al que pertenece, su pragmatismo tiene muchas razones por las cuales existir.
Más allá de esto, el hecho de que nos provoque admiración un Israelí, solo por no ser un fanático, es señal, para mi, de que la viga es grande, muy grande.
Aspirar a la paz es algo muy difícil de criticar. Imposible. Sinembargo, habría que valorar, cuando se refiere a que ambas partes olviden sus sueños e ilusiones, las dimensiones que esos sueños e ilusiones tienen de cada lado de la frontera. Lamentablamente, no creo que sean iguales. Y ahí puede radicar el fallo de sus intenciones. Que espero sigan intentando. Y admiro sigan siendo analizadas "con lupa" como lo has hecho.

Montuenga dijo...

Hola Interlunio. Gracias por haber leído con tanta atención la reseña y, sobre todo, gracias por entenderla.
Sobre Oz, reconozco que el hecho de haber leído -hace ya unos cuantos años- Una historia de amor y oscuridad me aporta una perspectiva más amplia. Creo que así le entiendo más como ser humano, lo que no implica que esté ni más ni menos de acuerdo con él.
Reitero mi recomendación, más que nada porque es una obra conmovedora, muy bien escrita y estructurada si nos olvidamos de bandos y nos dedicamos simplemente a leer.

Interlunio dijo...

Veo que el anuncio publicitario de anónimo a desaparecido, por lo cual la primera parte de mi comentario no tiene sentido. Me alegro.

Puestos a reconocer, yo reconozco que la única novela, novelita de Oz que leí fue Sumchi, hace varios años también. Recuerdo que no me disgustó aunque tampoco me causó gran impresión. En cambio, y además de distintos artículos sobre su trabajo y compromiso, siempre recuerdo una cita de él que sí ocupa un lugar privilegiado en mi. Si a un escritor no se le conoce únicamente por una de sus obras, mucho menos por una de sus citas. Pero también es cierto que hay citas que a uno le llegan en momento oportuno para describir algo muy grande que pasa en su interior y las hace suyas. Lo curioso de esto, es que ahora fui en su búsqueda para escribirtela correctamente y, caramba, vaya causalidad, veo que pertenece a la obra que reseñas en este caso. También pienso que habla sobre esa condición de humano que valoras:

"(...)Cada uno de nosotros es una península, con una mitad unida a tierra firme y la otra mirando al océano. Una mitad conectada a la familia, a los amigos, a la cultura, a la tradición, al país, a la nación, al sexo y al lenguaje y a muchos otros vínculos. Y la otra mitad deseando que la dejen sola contemplando el océano."

Un saludo.